Tres. Goles y puntos. Tres: fe, esperanza y nada de caridad con el contrario. El Betis no sólo parece ya un equipo de fútbol sino que le regala a su entrenador lo que éste nunca consideró más que una guinda prescindible: jugar bien. Para Cúper -en el Mallorca, en el Valencia, en el Inter- la hermosura del fútbol se reflejaba sólo en tener un guarismo más alto que el rival en el marcador al final del partido. Equipos los suyos correosos, pétreos, difíciles de batir y usufructuadores de resultados tan ajustados como fajas de solterona con el arroz a punto de pasarse.
Ha tenido el argentino que llegar al Betis para que además de todo eso que figura en su cuadernillo (o en la PDA, si es que le mola la cibercosa) pueda añadir en el futuro que también supo ganar con arte. Tenía que ser en Sevilla donde se le relajara el gesto al discípulo de Griguol, quien cuenta que no lo veía sonreír ni cuando cobraba la nómina a final de mes.
Frente al Mallorca, el equipo hizo fútbol, se gustó, aunó sacrificio y ganas de divertirse y de divertir, y aunque de individualidades anda cortito, bastó con que los gregarios no estropeasen el trabajo de los talentosos para que al final el Ruiz de Lopera rindiera tributo a la esperanza.
El gran gol de Sobis exorcizó al delantero y al grupo.
Rumbo a la red el balón llevó rabia, autoestima, orgullo y remite con letras bien redondas. El brasileño, en su segunda temporada, necesitaba sacarse de encima todo el malestar de un año y pico sorbiendo bilis, y sus compañeros tener la certeza de que en él no habrá un salvapatrias pero sí a quien no le pese llevar el estandarte. El líder del equipo.
Clase le sobra, pero necesita a su alrededor lo que soñaba su compatriota Dirceu, un 10 exquisito que jugó en el Atlético de Madrid allá por los años 80: gente que le devuelva balones y no melones. Tampoco valen las sandías, que al primer puntapié se declaran rojas.
Basta con que si reciben de él, de Edu, de Mark, un balón limpio, lo pasaporten de vuelta sin arañones.
viernes, 5 de octubre de 2007
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